Rubén Darío

Poeta iniciador del modernismo, refinado, dejó un sello marcando una época, pero sufrió la decepción y el abandono, a lo largo de una vida en la que coexistieron el amor, el desengaño, la traición y la tragedia. Así escribió:

“Yo supe de dolor desde mi infancia,
mi juventud… ¿fue juventud la mía?
Sus rosas aún me dejan la fragancia…
una fragancia de melancolía…”

Fue la ciudad de Metapa en Nicaragua, que hoy lleva su nombre (Ciudad Darío) la que lo vio nacer un 18 de enero de 1867, como Félix Rubén, en un hogar conflictivo, con un padre aficionado a la bebida, llamado Manuel García, aunque la familia era conocida como Darío, y una madre que debió separarse de su esposo por sus malos hábitos.

La ciudad de León, donde fue llevado con apenas un mes, fue testigo de sus juegos infantiles, y de su precoz madurez intelectual, ya que a los tres años sabía leer, siendo los encargados de su cuidado y educación el coronel Félix Ramírez, quien falleció en el año 1871, y su esposa Bernarda, sus tíos abuelos. A fines de esa década concurrió a la escuela de los jesuitas.

A los 12 años ya escribía sus primeros versos, y a los 13 años, el diario “El Termómetro” de la ciudad de Rivas tuvo el honor de publicar “Una Lágrima”.

En 1881 se trasladó a a Managua donde fue colaborador en los periódicos “El Ferrocarril” y “El Porvenir”. Un año después su destino lo llevó a El Salvador, donde por la intermediación del poeta Joaquín Méndez se convirtió en el protegido del presidente, Rafael Zaldívar. El poeta Francisco Gaviria lo introdujo en el conocimiento de la poesía francesa. Residió en El salvador hasta octubre de 1883, fecha en que regresó a su país convaleciente de viruela, trabajando en la Biblioteca Nacional de Managua, y reencontrándose con un antiguo amor: Rosario Murillo.

El 5 de junio de 1886 partió con rumbo a Chile donde sufrió penurias económicas y de integración a la sociedad que le criticaba su falta de refinamiento, participando en un concurso literario con la novela Emelina y trabajando en el periódico “La Época”.

“Abrojos”, su primer libro de poemas fue publicado en 1887; y en 1888 “•Azul”, que incluyó cuentos en prosa en una primera parte y una segunda parte de poesías románticas a las que tituló “El año Lírico”, que muchos creyeron haberse inspirado en Víctor Hugo, quien había expresado que azul es el color del arte. Darío desconoció esa influencia en el título de su obra aunque siempre evidenció admiración por Víctor Hugo.

Con “Azul” comienza el apogeo del modernismo hispánico, caracterizado por el refinamiento verbal, y las formas cuidadas; la sonoridad y la elegancia de los versos tratando temas como el pesimismo, el culto a la belleza, la rebeldía y la sensibilidad.

Fue corresponsal de “La Nación” prestigioso diario porteño, y luego retornó a su patria en marzo de 1889, para dirigirse a San Salvador, donde se casó el 21 de junio de 1890, con Rafaela, la hija del famoso orador Álvaro Contreras de nacionalidad hondureña. Dejó San Salvador a raíz de un golpe de Estado hacia Guatemala, sin su flamante esposa, que luego se reuniría con él y contraerían enlace por iglesia. En Guatemala se publicó la segunda parte de “Azul”.

Tras el cierre de su diario guatemalteco “El Correo de la Tarde” fue a probar suerte a Costa Rica, sin demasiado éxito, pero allí se convirtió por primera vez en padre, el 12 de noviembre de 1891, con el nacimiento de Rubén Darío Contreras.

Viajó a Madrid para el 400 aniversario del descubrimiento de América, como delegado del gobierno de Nicaragua.

El 23 de enero de 1893, falleció su esposa Rafaela. Poco después contrajo matrimonio con su antiguo amor, Rosario Murillo.

Fue nombrado cónsul honorífico de Colombia en Buenos Aires, y se trasladó solo hacia allí, pasando primero por Nueva York y París. Buenos Aires fue testigo de una vida de excesos y de encuentro con muchos escritores y poetas, entre ellos Leopoldo Lugones y Rafael Obligado.

El modernismo siguió imprimiéndose en su obra, con la publicación en 1896 de “Los Raros” Y “Prosas profanas”. Dos años más tarde partía a Barcelona. Allí conoció a otros poetas modernista, como Juan Ramón Jiménez, Unamuno, los Machado, y Jacinto Benavente.

Francisca Sánchez del Pozo se convirtió en su concubina desde 1899. En 1901 radicado en París publicó “Prosas Profanas” en su segunda edición. Su concubina se reunió luego con él, dejando a su hijita recién nacida con sus abuelos, la que se enfermó de viruela y falleció. En París tuvieron otro hijo cuya vida también fue efímera.

En 1905 publicó en España “Cantos de vida y esperanza” y «A Roosevelt», con críticas a Estados Unidos por su política imperialista, país con el que se reivindicó en “Salutación del Águila” mencionando a Estados Unidos con palabras elogiosas que enaltecían su poder y su gloria, dándole un entorno de paz y esperanza a su influencia en la América Latina. De regreso a París una nueva hija vio la luz por muy escaso tiempo. Su pareja con Francisca pudo al fin disfrutar de un hijo sano, con la llegada de Rubén Darío Sanchez, al que llamaron “Guicho”.

Retronó a Nicaragua y fue nombrado embajador en Madrid, años que no fueron buenos desde el punto de vista económico por el exiguo presupuesto que se le asignara. En 1907 publicó “El Canto errante”. A principios de 1909 renunció a su cargo con el derrocamiento de Zelaya. Otra vez en París escribió “Canto a la Argentina”, mientras problemas psicológicos y el alcoholismo, lo sumían en agudas depresiones. Viajó a México y a Cuba, para finalmente proseguir como corresponsal de La Nación, en París.

Sus viajes continuaron por América, sin su familia, atormentado por los efectos del alcohol, falleciendo el 6 de febrero de 1916, en León, en cuya catedral fue sepultado.

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