Selección de poemas de Luis de Góngora y Argote

SONETOS

1

A Córdoba

¡Oh excelso muro, oh torres coronadas
De honor, de majestad, de gallardía!
¡Oh gran río, gran rey de Andalucía,
De arenas nobles, ya que no doradas!

¡Oh fértil llano, oh sierras levantadas,
Que privilegia el cielo y dora el día!
¡Oh siempre glorïosa patria mía,
Tanto por plumas cuanto por espadas!

Si entre aquellas rüinas y despojos
Que enriquece Genil y Dauro baña
Tu memoria no fue alimento mío,

Nunca merezcan mis ausentes ojos
Ver tu muro, tus torres y tu río,
Tu llano y sierra, ¡oh patria, oh flor de España!

2

De la brevedad engañosa de la vida

Menos solicitó veloz saeta
destinada señal, que mordió aguda;
agonal carro por la arena muda
no coronó con más silencio meta,

que presurosa corre, que secreta,
a su fin nuestra edad. A quien lo duda,
fiera que sea de razón desnuda,
cada Sol repetido es un cometa.

¿Confiésalo Cartago, y tú lo ignoras?
Peligro corres, Licio, si porfías
en seguir sombras y abrazar engaños.

Mal te perdonarán a ti las horas:
las horas que limando están los días,
los días que royendo están los años.

3

Inscripción para el sepulcro de Dominico Greco

Esta en forma elegante, oh peregrino,
de pórfido luciente dura llave,
el pincel niega al mundo más süave,
que dio espíritu a leño, vida a lino.

Su nombre, aún de mayor aliento dino
que en los clarines de la Fama cabe,
el campo ilustra de ese mármol grave:
venéralo y prosigue tu camino.

Yace el Griego. Heredó Naturaleza
Arte; y el Arte, estudio; Iris, colores;
Febo, luces -si no sombras, Morfeo-.

Tanta urna, a pesar de su dureza,
lágrimas beba, y cuantos suda olores
corteza funeral de árbol sabeo.

4

De un caminante enfermo que se enamoró donde fue hospedado

Descaminado, enfermo, peregrino,
en tenebrosa noche, con pie incierto
la confusión pisando del desierto,
voces en vano dio, pasos sin tino.

Repetido latir, si no vecino,
distinto, oyó de can siempre despierto,
y en pastoral albergue mal cubierto,
piedad halló, si no halló camino.

Salió el Sol, y entre armiños escondida,
soñolienta beldad con dulce saña
salteó al no bien sano pasajero.

Pagará el hospedaje con la vida;
más le valiera errar en la montaña
que morir de la suerte que yo muero.

5

Mientras por competir con tu cabello,
oro bruñido al sol relumbra en vano;
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente el lilio bello;

mientras a cada labio, por cogello,
siguen más ojos que al clavel temprano;
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello;

goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lilio, clavel, cristal luciente,

no sólo en plata o vïola troncada
se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.

SEGUIDILLAS Y CANCIÓN

Para Doña María Hurtado, en ausencia de Don Gabriel Zapata su marido

Mátanme los celos
de aquel andaluz:
hágame, si muriere,
la mortaja azul.

Perdí la esperanza
de ver mi ausente:
Háganme, si muriere,
la mortaja verde.

Madre, sin ser monja,
soy ya descalza,
pues me tiene la ausencia
sin mi Zapata.

La mitad del alma
me lleva la mar;
volved, galeritas,
por la otra mitad.

Muera yo en tu playa,
Nápoles bella,
y serás sepulcro
de otra sirena.

Pídenme que cante,
canto forzada;
¡quién lo fuera vuestro,
galeras de España!

Mientras hago treguas
con mi dolor,
si descansan los ojos,
llore la voz.

Ausente de mi vida,
tú en agua, yo navego
en lágrimas de fuego
después de tu partida.

Esta mi voz perdida
dulce te seguirá, pues dulce vuela;
suspiros no, que abrasarán tu vela.

No de tu media luna
ha sido, Amor, flechada
saeta más alada
que la ausencia importuna.

Defensa hay sola una
contra su penetrante vuelo, y esa
el duro es mármol de una breve huesa.

TERCETOS

1

¡Mal haya el que en señores idolatra
y en Madrid desperdicia sus dineros,
si ha de hacer al salir una mohatra!

Arroyos de mi huerta lisonjeros
(¿lisonjeros?: mal dije, que sois claros):
Dios me saque de aquí y me deje veros.

Si corréis sordos, no quiero hablaros;
mejor es que corráis murmuradores,
que llevo muchas cosas que contaros.

Tenedme, aunque es otoño, ruiseñores,
ya que llevar no puedo ruicriados,
que entre pámpanos son lo que entre flores.

Si yo tuviera veinte mil ducados,
tiplones convocara de Castilla,
de Portugal bajetes mermelados;

y a fe que a la pajísima capilla
tïorbas de cristal vuestras corrientes
prestaran dulces en su verde orilla.

Pájaros suplan, pues, faltas de gentes,
que en voces, si no métricas, süaves,
consonancias desaten diferentes;

si ya no es que de las simples aves
contiene la república volante
poetas, o burlescos sean o graves,

y cualque madrigal sea elegante,
librándome el lenguaje en el concento,
el que algún culto ruiseñor me cante,

prodigio dulce que corona el viento,
en unas mismas plumas escondido
el músico, la musa, el instrumento.

Mas ¿dónde ya me había divertido,
risueñas aguas, que de vuestro dueño
os habéis con razón siempre reído?

Guardad entre esas guijas lo risueño
a este dómine bobo, que pensaba
escaparse de tal por lo aguileño,

celebrando con tinta, y aun con baba,
las fiestas de la corte, poco menos
que hacérselas a Judas con octava.

Cantar pensé en sus márgenes amenos
cuantas Dianas Manzanares mira,
a no romadizarme sus Sirenos.

La lisonja, con todo, y la mentira
(modernas musas del Aonio coro)
las cuerdas le rozaron a mi lira.

¿Valió por dicha al leño mío canoro
(si puede ser canoro leño mío)
clavijas de marfil o trastes de oro?

Sequedad lo ha tratado como a río;
puente de plata fue que hizo alguno
a mi fuga quizá de su desvío.

No más, no, que aun a mí seré importuno,
y no es mi intento a nadie dar enojos,
sino apelar al pájaro de Juno:

gastar quiero de hoy más plumas con ojos
y mirar lo que escribo. El desengaño
preste clavo y pared a mis despojos.

La adulación se queden y el engaño
mintiendo en el teatro, y la esperanza
dando su verde un año y otro año;

que si en el mundo hay bienaventuranza,
a la sombra de aquel árbol me espera
cuyo verdor no conoció mudanza.

Su flor es pompa de la primavera;
su fruto, o sea lo dulce o sea lo acedo,
en oro engasta, que al romperlo es cera.

Allí el murmurio de las aguas ledo,
ocio sin culpa, sueño sin cuidado
me guardan, si acá en polvos no me quedo

molido del dictamen de un letrado
en la tahona de un relator, donde
siempre hallé para mí el rocín cansado.

Dichoso el que pacífico se esconde
a este civil rüido, y litigante,
o se concierta o por poder responde,

sólo por no ser miembro corteggiante
de sierpe prodigiosa, que camina
la cola, como el gámbaro, delante.

Oh soledad, de la quietud divina
dulce prenda, aunque muda, ciudadana
del campo, y de sus ecos convecina;

sabrosas treguas de la vida urbana,
paz del entendimiento, que lambica
tanto en discursos la ambición humana:

¿quién todos sus sentidos no te aplica?
Ponme sobre la mula, y verás cuánto
más que la espuela esta opinión la pica.

Sea piedras la corona, si oro el manto
del monarca supremo; que el prudente
con tanta obligación no aspira a tanto.

Entre pastor de ovejas y de gente,
un político medio lo conduce
del pueblo a su heredad, de ella a su fuente.

Sobre el aljófar que en las hierbas luce,
o se reclina, o toma residencia
a cada vara de lo que produce.

Tiéndese, y con debida reverencia
responde, alta la gamba, al que le escribe
la expulsión de los moros de Valencia.

Tan ceremonïosamente vive,
sin dársele un cuatrín de que en la corte
le den título a aquél o el otro prive.

No gasta así papel, no paga porte
de la gaceta que escribió las bodas
de doña Calamita con el Norte.

Del estadista y sus razones todas
se burla, visitando sus frutales,
mientras el ambicioso sus vaivodas.

No pisa pretendiente los umbrales
del que trae la memoria en la pretina,
pues de ella penden los memorïales.

El margen de la fuente cristalina,
sobre el verde mantel que da a su mesa,
platos le ofrece de esmeralda fina.

Sírvele el huerto con la pera gruesa
émula en el sabor, y no comprada,
de lo más cordïal de la camuesa.

A la gula se queden la dorada
rica vajilla, el bacanal estruendo…
Mas basta, que la mula es ya llegada.
¡A tus lomos, oh rucia, me encomiendo!

2

A Luis de Cabrera, para la historia del Señor Rey Don Felipe el Segundo

Escribís, oh Cabrera, del segundo
Filipo las acciones y la vida,
con que el cielo aquistó, si admiró el mundo.

Alto asunto, materia esclarecida,
digna, Livio español, de vuestra pluma,
y pluma tal a tanto rey debida.

Léase, pues, de este prudente Numa
el largo cetro, la gloriosa espada
en culto estilo ya con verdad suma.

Sea la felicísima jornada
en sus primeros años florecientes
lisonja de mi oreja fatigada.

Provincias, mares, reinos diferentes
peregrinó gentil, pisó ceñido
de enjambres, no de ejércitos de gentes.

Cual ya el único pollo bien nacido
de crestas vuela de oro coronado,
si bien de plata y rosicler vestido,

que de tropas de aves rodeado,
la variedad matiza del plumaje
el color de los cielos turquesado,

tal el joven procede en su viaje,
Fénix, mas no admirado del dichoso
árabe en nombre, bárbaro en linaje,

ni del egipcio un tiempo religioso,
sino hospedado del fïel lombardo,
temido del helvecio belicoso.

Tantos siguen al Príncipe gallardo,
que el río que vadean cristalino
o al mar no llega, o llega con pie tardo.

Hierve, no de otra suerte que el camino
de próvidas hormigas, o de abejas
el aire al colmenar circunvecino.

Balcones, galerías son, y rejas
del número que ocurre a saludarlo
las altas hayas, las encinas viejas.

A los pies llega al fin del Quinto Carlo,
que en sus brazos lo acoge, y tiernamente
lo abraza y no desiste de abrazarlo.

LETRILLAS LÍRICAS

1

¡Ya no más, ceguezuelo hermano,
ya no más!

Baste lo flechado, Amor,
más munición no se pierda;
afloja al arco la cuerda
y la causa a mi dolor;
que en mi pecho tu rigor
escriben las plumas juntas,
y en las espaldas las puntas
dicen que muerto me has.
¡Ya no más, ceguezuelo hermano,
ya no más!

Para el que a sombras de un roble
sus rústicos años gasta,
el segundo tiro basta,
cuando el primero no sobre;
basta para un zagal pobre
la punta de un alfiler;
para Bras no es menester
lo que para Fierabrás.
¡Ya no más, ceguezuelo hermano,
ya no más!

[Gran vergüenza tuya es
que pongas el mismo afán
en traspasar un gabán
que en enclavar un arnés.
Pues ya rendido a tus pies,
envuelto en mi sangre lloro,
no des al viento más oro
con las flechas que le das.
¡Ya no más, ceguezuelo hermano,
ya no más!]

Tan asaeteado estoy,
que me pueden defender
las que me tiraste ayer
de las que me tiras hoy;
si ya tu aljaba no soy,
bien a mal tus armas echas,
pues a ti te faltan flechas
y a mí donde quepan más.
¡Ya no más, ceguezuelo hermano,
ya no más!

2

No son todos ruiseñores
los que cantan entre las flores,
sino campanitas de plata,
que tocan a la alba,
sino trompeticas de oro,
que hacen la salva
a los soles que adoro.

No todas las voces ledas
son de Sirenas con plumas,
cuyas húmidas espumas
son las verdes alamedas;
si suspendido te quedas
a los süaves clamores,
no son todos ruiseñores, etc.

Lo artificioso que admira,
y lo dulce que consuela,
no es de aquel violín que vuela
ni de esotra inquieta lira;
otro instrumento es quien tira
de los sentidos mejores:
no son todos ruiseñores, etc.
[Las campanitas lucientes,
y los dorados clarines
en coronados jazmines,
los dos hermosos corrientes
no sólo recuerdan gentes
sino convocan amores.
No son todos ruiseñores, etc.]

3

La vaga esperanza mía
se ha quedado en vago, ¡ay triste!
Quien alas de cera viste
¡cuán mal de mi Sol las fía!

Atrevida se dio al viento
mi vaga esperanza, tanto,
que las ondas de mi llanto
infamó su atrevimiento,
bien que todo un elemento
de lágrimas urna es poca.
¿Qué diré a cera tan loca,
o a tan alada osadía?
La vaga esperanza mía, etc.

[Como vaga, fue ligera
a conducir mi esperanza
rayos, que apenas alcanza
la vista en la cuarta esfera.
Mal perdida. la carrera
torciendo, infelice suerte
abrasó para mi muerte
mi generosa porfía.
La vaga esperanza mía, etc.]

4

Ánsares de Menga
al arroyo van:
ellos visten nieve,
él corre cristal.

El arroyo espera
las hermosas aves,
que cisnes süaves
son de su ribera;
cuya Venus era
hija de Pascual.
Ellos visten nieve,
él corre cristal.

Pudiera la pluma
del menos bizarro
conducir el carro
de la que fue espuma.
En beldad, no en suma,
lucido caudal,
ellos visten nieve,
él corre cristal.

Trenzado el cabello
los sigue Minguilla,
y en la verde orilla
desnuda el pie bello,
granjeando en ello
marfil oriental
los que visten nieve,
quien corre cristal.

La agua apenas trata
cuando dirás que
se desata el pie,
y no se desata,
plata dando a plata
con que, liberal,
los viste de nieve,
le presta cristal.

5

[En persona del Marqués de Flores de Ávila, estando enfermo]

Aprended, Flores, en mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer maravilla fui,
y hoy sombra mía aun no soy.

La aurora ayer me dio cuna,
la noche ataúd me dio;
sin luz muriera si no
me la prestara la Luna:
pues de vosotras ninguna
deja de acabar así,
aprended, Flores, en mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer maravilla fui,
y hoy sombra mía aun no soy.

Consuelo dulce el clavel
es a la breve edad mía,
pues quien me concedió un día,
dos apenas le dio a él:
efímeras del vergel,
yo cárdena, él carmesí.
Aprended, Flores, en mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer maravilla fui,
y hoy sombra mía aun no soy.

Flor es el jazmín, si bella,
no de las más vividoras,
pues dura pocas más horas
que rayos tiene de estrella;
si el ámbar florece, es ella
la flor que él retiene en sí.
Aprended, Flores, en mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer maravilla fui,
y hoy sombra mía aun no soy.

El alhelí, aunque grosero
en fragancia y en color,
más días ve que otra flor,
pues ve los de un Mayo entero:
morir maravilla quiero
y no vivir alhelí.
Aprended, Flores, en mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer maravilla fui,
y hoy sombra mía aun no soy.

A ninguna flor mayores
términos concede el Sol
que al sublime girasol,
Matusalén de las flores:
ojos son aduladores
cuantas en él hojas vi.
Aprended, Flores, en mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer maravilla fui,
y hoy sombra mía aun no soy.

ROMANCES

1

Los rayos le cuenta al Sol
con un peine de marfil
la bella Jacinta, un día
que por mi dicha la vi
en la verde orilla
de Guadalquivir.

La mano obscurece al peine
mas ¿qué mucho si el abril
la obscurecen los lilios
que blancos suelen salir
en la verde orilla
de Guadalquivir?

Los pájaros la saludan,
porque piensan (y es así),
que el Sol que sale en Oriente
vuelve otra vez a salir
en la verde orilla
de Guadalquivir.

Por solo un cabello el Sol
de sus rayos diera mil,
solicitando envidioso
el que se quedaba allí
en la verde orilla
de Guadalquivir.

2

La más bella niña
de nuestro lugar,
hoy viuda y sola
y ayer por casar,
viendo que sus ojos
a la guerra van,
a su madre dice,
que escucha su mal:

Dejadme llorar
orillas del mar.

Pues me distes, madre,
en tan tierna edad
tan corto el placer,
tan largo el pesar,
y me cautivastes
de quien hoy se va
y lleva las llaves
de mi libertad,

Dejadme llorar
orillas del mar.

En llorar conviertan
mis ojos, de hoy más,
el sabroso oficio
del dulce mirar,
pues que no se pueden
mejor ocupar,
yéndose a la guerra
quien era mi paz,

Déjame llorar
orillas del mar.

No me pongáis freno
ni queráis culpar,
que lo uno es justo,
lo otro por demás.
Si me queréis bien,
no me hagáis mal;
harto peor fuera
morir y callar,

Dejadme llorar
orillas del mar.

Dulce madre mía,
¿quién no llorará,
aunque tenga el pecho
como un pedernal,
y no dará voces
viendo marchitar
los más verdes años
de mi mocedad?

Dejadme llorar
orillas del mar.

Váyanse las noches,
pues ido se han
los ojos que hacían
los míos velar;
váyanse, y no vean
tanta soledad,
después que en mi lecho
sobra la mitad,

Dejadme llorar
orillas del mar.

3

Hermana Marica,
mañana, que es fiesta,
no irás tú a la amiga
ni yo iré a la escuela.

Pondráste el corpiño
y la saya buena,
cabezón labrado,
toca y albanega;

y a mí me podrán
mi camisa nueva,
sayo de palmilla,
media de estameña;

y si hace bueno
traeré la montera
que me dio la Pascua
mi señora abuela,

y el estadal rojo
con lo que le cuelga,
que trajo el vecino
cuando fue a la feria.

Iremos a misa,
veremos la iglesia,
darános un cuarto
mi tía la ollera.

Compraremos de él
(que nadie lo sepa)
chochos y garbanzos
para la merienda;

y en la tardecica,
en nuestra plazuela,
jugaré yo al toro
y tú a las muñecas

con las dos hermanas,
Juana y Madalena,
y las dos primillas,
Marica y la tuerta;

y si quiere madre
dar las castañetas,
podrás tanto dello
bailar en la puerta;

y al son del adufe
cantará Andrehuela:
No me aprovecharon,
madre, las hierbas;

y yo de papel
haré una librea
teñida con moras
porque bien parezca,

y una caperuza
con muchas almenas
pondré por penacho
las dos plumas negras

del rabo del gallo,
que acullá en la huerta
anaranjeamos
las Carnestolendas;

y en la caña larga
pondré una bandera
con dos borlas blancas
en sus tranzaderas;

y en mi caballito
pondré una cabeza
de guadamecí,
dos hilos, por riendas;

y entraré en la calle
haciendo corvetas,
yo y otros del barrio,
que son más de treinta.

Jugaremos cañas
junto a la plazuela,
porque Barbolilla
salga acá y nos vea;

Barbola, la hija
de la panadera,
la que suele darme
tortas con manteca,

porque algunas veces
hacemos yo y ella
las bellaquerías
detrás de la puerta.

4

En el caudaloso río
donde el muro de mi patria
se mira la gran corona
y el antiguo pie se lava,
desde su barca Alción
suspiros y redes lanza,
los suspiros por el cielo
y las redes por el agua,

y sin tener mancilla
mirábale su Amor desde la orilla.

En un mismo tiempo salen
de las manos y del alma
los suspiros y las redes
hacia el fuego y hacia el agua.
Ambos se van a su centro,
do su natural les llama,
desde el corazón los unos,
las otras desde la barca,

y sin tener mancilla
mirábale su Amor desde la orilla.

El pescador, entre tanto,
viendo tan cerca la causa,
y que tan lejos está
de su libertad pasada,
hacia la orilla se llega,
adonde con igual pausa
hieren el agua los remos
y los ojos de ella el alma,

y sin tener mancilla
mirábale su Amor desde la orilla.

Y aunque el deseo de verla,
para apresurarle, arma
de otros remos la barquilla,
y el corazón de otras alas,
porque la ninfa no huya,
no llega más que a distancia
de donde tan solamente
escuche aquesto que canta:

«Dejadme triste a solas
dar viento al viento y olas a las olas.»

Volad al viento, suspiros,
y mirad quién os levanta
de un pecho que es tan humilde
a partes que son tan altas.
Y vosotras, redes mías,
calaos en las ondas claras,
adonde os visitaré
con mis lágrimas cansadas,

«Dejadme triste a solas
dar viento al viento y olas a las olas.»

Dejadme vengar de aquélla
que tomó de mi venganza
de más leales servicios
que arenas tiene esta playa;
dejadme, nudosas redes,
pues que veis que es cosa clara
que más que vosotras nudos
tengo para llorar causas.

«Dejadme triste a solas
dar viento al viento y olas a las olas.»

5

Érase una vieja
de gloriosa fama,
amiga de niñas,
de niñas que labran.

Para su contento
alquiló una casa
donde sus vecinas
hagan sus coladas.

Con la sed de amor
corren a la balsa
cien mil sabandijas
de natura varia,

a que con sus manos,
pues tiene tal gracia
como el unicornio,
bendiga las aguas.

También acudía
la viuda honrada,
del muerto marido
sintiendo la falta,

con tan grande extremo,
que allí se juntaba
a llorar por él
lágrimas cansadas.